Miles de ojos observan a Álvaro en un país desconocido, pero lejos de arrugarse, pide el micro porque ha traído un mensaje desde el otro lado del mapa: "Quiero andar". Y cuando uno lo tiene tan claro, hacer esa presentación en Dubai, que pondría de los nervios a cualquier adulto, parece fácil.

En las gradas había científicos, investigadores, prensa y el jurado de los llamados Óscars de la robótica, a los que opta este exoesqueleto creado por el CSIC.

Poca cosa para un chaval que ha tuteado a la prensa hasta convertirse en símbolo de los niños con atrofia muscular espinal. Todavía no se ha fallado el ganador de los más de 900.000 euros de premio, una cantidad con la que algunos sueñan con revolucionar la ciencia, y otros como Álvaro, con acceder por fin al esqueleto para él solo y exprimirlo bien a fondo para "torear, hacer de todo".

El uso que le dará a partir de ahora ha tenido ya demasiado tiempo para pensárselo.