María fue a la televisión a denunciar la homosexualidad de su marido: "Que sea tu marido mariquita perdóname". Para ella era un enfermo: "Le llevé al psiquiatra para ver si se podía solucionar, con medicamentos, con tratamiento, pero no hubo manera". La periodista Nieves Herrero le preguntaba si había solucionado su "problema" a lo que ella respondía que "nunca".

En 1991 en la estación de autobuses se contrataron vigilantes porque había "miedo" porque los gays habían empezado a rondar la estación. "Yo respeto sus ideas, por eso hay libertad de expresión y democracia en España, pero en sitios públicos no pueden hacer eso", señalaba un vigilante. "Vienen a mirarse unos a otros, vienen dos del mismo sexo y les hemos pillado en los servicios", afirmaba otro.

Los colectivos de gays denunciaron agresiones, les trataron como delincuentes. "Esto era una guarida de gente maleante y desde que se han traído los guardias jurado estamos mucho más a gusto", señalaba un señor.

En 1995, la Policía Local de Valencia creó una ficha para describir a los sospechosos que identificaba, tenía dibujos y casillas para señalar cualquier rasgo físico y en el apartado "otras características", ser transexual u homosexual estaba a la altura de un pederasta. El jefe de la Policía era Juan Cotino y así lo justificaba: "Un exceso de celo por parte de algunos funcionarios".

Pedro Zerolo aún no estaba en política porque un candidato gay era inconcebible. "Yo sabiendo que era gay no le votaría a pesar de que fuese mejor que los otros", "eso es contrario a la naturaleza", aseguraban algunos ciudadanos.

En los 90 cosas así eran 'normales'. "Iba a fichar un jugador importante y me he enterado de que es maricón y digo no, a ese no le meto en el vestuario. Me he quedado helado". Menos mal que por suerte hemos cambiado rápido.